“Recorro el camino de tierra que dividía aquella pequeña explanada donde solíamos comer en las fiestas, y el lago artificial. Las dos líneas de árboles desnudos y sin hojas me hacen un pasillo tétrico y lúgubre. El cielo, de un gris dudoso, da la idea de cosas inciertas y de una gran confusión, perfecta para este momento. A mi derecha, la naciente arboleda que había plantado yo mismo hacía meses atrás me recuerda todo lo que allí viví; pasé allí mis años de infancia, y parte de mi adolescencia, hasta que la inmadura rebeldía de un joven adulto me llevó a adentrarme en nuevos rumbos y abandonar por dos meses mi casa. Volví casado, para asentarme allí con mi esposa. Desde que nací, el sol que siempre conocí nada más existía naciendo en el patio trasero, levantándose orgulloso tras el horizonte cubierto de extensiones y extensiones de tierra. Prácticamente todas las tardes de mi vida pude ver el sol descansar, taciturno, entre los árboles del frente, pintando el cielo de naranja y rosa. ...