BARILOCHE

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Y la verdad que es que si me preguntan por el viaje no sabría qué decir. Fue algo mágico, inolvidable, y recién ahora lo puedo EMPEZAR a poner en palabras. Porque fueron muchas emociones juntas. No se notó en el momento, pero ahora lo pienso y fue algo único e inolvidable. De boliche en boliche (¡me gusta la joda, me gusta el bochinche...!), de paseo en paseo... Yo me quiero morir en las aerosillas. Yo me quiero morir a orillas del Nahuel Huapi. Quiero ir ahí, empaparme de esa belleza, esa belleza QUE NO SE EXPLICA, QUE DA BRONCA, porque es tan linda que no te alcanza el alma para cubrirla, para saborearla. Y a mi me chuparon un huevo los boliches, el alcohol, el descontrol... Yo hubiese dado lo que fuera por sentarme cada día a ver el Nahuel Huapi, a disfrutarlo con mis amigos y con mi novio, y/o con la gente que lo disfrutase como yo. ¡Qué hubiese dado por estar al lado de Mamá y de Papá, de Fran, de alguien que realmente pudiese maravillarse con esa belleza como yo me maravillé!
Aunque, realmente, disfruté cada minuto, cada segundo que estuve ahí, en la compañía de la gente que más quiero (aunque faltó mi familia... esa barra de mala gente que se hace extrañar un montonazo...)
Yo no quería otra cosa. No fui buscando joda. No fui buscando nada, y me llevé el Nahuel Huapi en el corazón. Y me llevé la ciudad de Bariloche, y tal vez sí, me llevé ese momento de Bypass en el que todos cantamos canciones tan viejas que daban pena.
Yo no volví de Bariloche. Mi alma se quedó ahí, o al menos parte de ella. Esa parte de ella, la que siempre va a estar pispeando el sudoeste a ver si logro volver a ver ese lago que tanto me enamoró.

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